Por Luis Pérez Casanova
(l.casanova@elnacional.com.do)
Carlos Slim es, según la revista Forbes, el hombre más rico del mundo. Además de accionista de dos de los periódicos más influyentes, como The New York Times y El País, en México su compañía América Móvil controla el 70% de las líneas de telefonía fija (Telmex) y el 75% de los móviles (Telcel). Para siquiera rozar su imperio económico y mediático hay que pensarlo muchas veces. Sin embargo, para el presidente de la nación azteca, Enrique Peña Nieto, “En México no hay intereses intocables”. Y lo ha evidenciado con la reforma constitucional para liberalizar el mercado de las telecomunicaciones. La gran paradoja es que de no ser por el respaldo de Slim y de otras cadenas que serían afectadas por la reforma, como Televisa y TV Azteca, Peña Nieto probablemente no habría ganado las elecciones. Antes que amplificar las deficiencias culturales de que hizo gala, los emporios las minimizaron.
Con las medidas que ha adoptado desde que asumió el poder, Peña Nieto ha demostrado que tenía claro lo que quería y que los lapsus en que incurrió, si es que se puede llamar así a no recordar el título de un libro, son irrelevantes. Lo primero que hizo fue convocar a todas las fuerzas políticas para consensuar un pacto nacional, que, además de una reforma constitucional, incluye enfrentar la corrupción, la violencia y la impunidad. La primera acción, como prueba de que el acuerdo era en serio, fue la detención por corrupción y extorsión de la poderosa dirigente magisterial Elba Esther Gordillo, hasta el momento una figura intocable en la política mexicana. Antes de cumplir sus primeros 100 días, ya Peña Nieto había logrado cambiar la percepción y logrado afianzarse en el poder.
El pacto político con la oposición, la detención de la dirigente magisterial (una versión de los empresarios del transporte en este país) y la reorientación del discurso sobre la violencia y la inseguridad han borrado esa imagen de inculto e ignorante que Peña Nieto había dibujado durante el proceso. A costa, incluso, de los intereses de su propio partido, que gobernó de forma muy diferente, Peña Nieto se ha declarado decidido, y los signos son evidentes, de transformar un Estado que algún momento fue dado como fallido. El envite a las tres grandes cadenas de telecomunicaciones no ha sido como parte una jugada o una campaña de relaciones públicas, sino porque la falta de competencia en el sector cuesta a la economía mexicana el 1.8% del PIB (Producto Bruto Interno), se traduce en precios más elevados y en un servicio deficiente. Por lo visto, Peña Nieto, a quien se negó, por su escasa formación intelectual la autoría del libro “México, la gran esperanza: Un estado eficaz para una democracia de resultados”, ha devenido un hábil inculto.
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